


El ciclo de la muerte anticipado y el caos del siniestro que se repite en la realidad, se dibuja en las paredes de la sala que duplican su poder al verse reflejadas sobre la brillante superficie de cemento esmaltado del piso; pareciera que el derrumbamiento de las colinas se deslizara desde los paneles de madera verticales e invadieran el espacio supuestamente seguro de los espectadores impotentes. La oscura horizontal del piso de la sala predice el futuro de la huella del tiempo por la intervención repleta de estulticia y ambición.
La multiplicación de la imagen denuncia a toda voz la escala de la problemática, la propagación indiscriminada de esta otra clase de organismo patógeno que carcome la faz de la tierra dejando heridas y costras eternas sin retorno ni opción de sanación. Las póstulas rojizas que reemplazan el tapiz verde y vital dan paso a la muerte cadaverizando el paisaje y emparentándolo con la imagen camuflada de los trajes de campaña propios de los hacedores del fenómeno y tras los cuales se esconde la actitud incongruente que trae el desastre natural y ecológico de proporciones insospechadas e inmanejables. El asunto se torna éticamente oscuro como el suelo de la instalación involucrando nuevos actores y un conflicto de corte militar armado, el Paisaje camuflado da lugar entonces a otro animador latente de intervención apocalíptica y entrópica.

Surge en la tercera instalación el Paisaje interior que expone crudamente el valor que se incrusta en lo profundo de la obra; la guerra, la industria armamentista, el dinero, la economía movilizada por intereses egoístas, que otrora se vieran reflejados en la insensatez de la leyenda del tesoro de Atahualpa. La vida convertida en mercancía, en objeto vil y factible de canjearse por artefactos, por oro, por plomo, por drogas, por falsos ideales y espejismos que han roto el equilibrio natural sin retorno.
El afán del pensamiento modernista, cuyo origen se ubica en la actitud racional de la humanidad, ha llevado al hombre a la matematización positivista de su mundo destruyendo la condición sensible de lo natural para sustituirla por un universo artificial cada vez más lejano de su esencia profunda. Aberrantes paisajes de aislamiento y normatización tecnológica constituyen el ideal mediático que promueven los medios de comunicación alienando por completo al ser humano y que sumados a los paisajes de destrucción irremediable constituyen la Entropía expuesta en este tríptico instalado en los espacios de una casa amable que ve transfigurada de manera acertada su arquitectura para evidenciar la intención propiciatoria de restituir la armonía y superar la actitud prepotente del ser humano para recuperar el sentido de la dimensión poética de lo natural porque “Suspensos en geografía y suspensos en historia, los habitantes de este planeta frágil preferimos ignorar las grietas que craquelan su piel lacerada mientras nos sumergimos en el láudano narcótico del domicilio ensimismado”.[2] En consecuencia, la conciencia universal pasa inadvertida para la mayoría de nosotros, habitantes de este astro agredido y en extinción. Frente a la consigna de “el hombre contra lo natural” que denuncia Entropías, se acude a la propuesta plástica en un acto heroico artístico.
Artículo aparecido en el catálogo de la exposición Entropías en la Casa Tres Patios, Medellín, Marzo de 2009.
Cuál es el caos? Acaso lo que llamamos orden, no es otra cosa que la imposición de fuerzas ajenas a lo natural? Tal vez una de las condiciones propias de lo natural es precisamente el caos, pero el temor humano a lo natural y a lo incontrolado, lo llevan a imponer la artificialidad dentro de lo que tiende a otra lógica, una que no es propia del pensamiento decimonónico modernista, racional y omnipotente. La entropía denota precisamente esa imposibilidad de controlar y ordenar lo incontrolable, aquello que posee un ánima propia, una voluntad desconocida para autodeterminarse y regir su propio destino.
La labor intelectual y plástica que aborda esta propuesta artística sobre el paisaje intervenido con el tinte abstruso de la modernidad y el desarrollo infinito, devela la incapacidad humana para convivir en armonía con su entorno convirtiéndose en agente destructor. Destructor de significado, de mundo, del mundo y de la vida misma.
El tríptico de Entropía, se constituye a partir de una producción sensible del espíritu cuyo objeto es el paisaje y de acuerdo con ello se acerca a la idea de belleza de Hegel porque “[…] lo natural se eleva hacia el espíritu.”[1] La obra acude a la reelaboración de imágenes para convertirse ella misma en un nuevo paisaje cuya mirada se adentra en los confines de la inconciencia que ha puesto al borde de la extinción a la especie humana y al planeta mismo.
Entropías
ARQ. MG. JUAN DAVID CHAVEZ GIRALDO
Profesor Asociado Universidad Nacional de Colombia




Paisaje urbano instala una serie de elementos que sistémicamente abordan innumerables tópicos sobre el virus imparable de la automovilización del globo, pone en evidencia que asistimos hoy a la desertización del planeta y a la construcción de la megalópolis. La composición lograda a partir de la fotografía aérea de un camposanto de vehículos, trae a cuento la idea del juego lúdico, del laberinto mágico, del calidoscopio hechizante que transforma plásticamente la realidad en devenir fácil y en juego infantil al transformar además la escala e invertir el adentro con el afuera, el dominante con el dominado; pisar un territorio poblado por vehículos devuelve al espectador la posibilidad de controlar lo incontrolable, el auto pasa de invasor a invadido. Sin embargo, los dos retablos con la imagen geográfica de los polos terráqueos plagados por la misma peste, desdibujan límites, barreras y fronteras para resaltar el imparable proceso de colonización que ha transformado por completo el paisaje geográfico, urbano y cultural del mundo sin distingo de continentes, tiempos ni espacios y conformando un contexto en el que vivimos y habitamos, determinándonos, pensándonos y conduciéndonos.

El auto convertido en el medio de los códigos, es la máquina que permite los contactos multiculturales dentro de la democracia, admite la concreción del deseo legítimo de la posesión de un artefacto que facilita el dominio, que brinda una imagen de estatus y que se convierte en burbuja antidepresiva para huir del sufrimiento y la desesperante condición paisajística creada por él mismo. Así, el automóvil motiva la conquista del territorio y permite tomar posesión del vacío, dejando ver el horror que se tiene de la naturaleza en su estado primitivo. El automóvil entonces aparece como una obra contra la naturaleza, la invade para imponer una suerte de rectificación y racionalización de lo natural, como si ello fuese incompleto o defectuoso.


La proyección del video que transforma alquímicamente el adentro en afuera, prepara al visitante del recinto de exposición desde la imagen de la fachada pública y le permite atisbar el adentro que surge desde la vivencia del afuera. La imagen viva de la proyección contrasta con la muerte latente del suelo impregnada en la superficie que sirve de pavimento al primer recinto y subraya la condición ambigua del nuevo paisaje cuyo protagonista se desplaza como ráfaga indeleble lacerando la piel del territorio.
La superficie herida de la tierra por los vehículos se ve transmutada en la segunda instalación por otro agente igualmente destructivo, pero en esta ocasión con un carácter ilícito que lo acerca a otra dimensión paisajística. La deforestación agresiva e insensible del bosque natural da paso a cultivos de coca de dimensión y fines completamente diferentes modificando la condición natural del ecosistema para alterarlo a tal punto que hace presencia la irreversibilidad de la tragedia. Tragedia que se repite cíclicamente y que tiene presencia en la obra mediante la clonación insistente de las piezas que componen la imagen policroma de la catástrofe.